4 mar 2009

Sucede algo


LUCIDO


Colaboración: Kevin Quitapenas.



"De niños, una hermana dona un riñón a su hermano agonizante. Ambos sobreviven, pero a un costo enorme. Pocas familias conocen orden más disfuncional que ésta.
Años más tarde, la hermana vuelve de Miami y reclama lo que es suyo.
De más está decir que la negociación es pesadillesca, y que toda lucidez es esporádica. Habrá que encontrar un orden allí donde no lo hay"


Al entrar a la obra, tuve una sensación de que “algo” iba a pasar. Que el acontecimiento teatral en este caso, no era rutinario (el público, entra, mira y se va). Y nada tenía que ver con que la obra sea de Rafael Spregelburd, personaje por demás conocido y polémico de la escena porteña. Entré lo más alejado posible de esas ideas pre concebidas del autor o director.


Pero entre la naturalidad y fluidez del texto, que seguramente leerlo sería una experiencia muy diferente, y las actuaciones marcadas de un notable rigor de los 4 actores, junto a una propuesta estética coherente, “algo” pasó. Pasó que no fui al teatro a sentarme y disfrutar la obra, no fui al teatro a criticar o conocer el trabajo de un elenco, no fui al teatro a despejar mi cabeza de mi “vida cotidiana”, no fui al teatro a llenarme de “intelectualidad”, pasó que fui al teatro y me devolvieron una irreverente, divertidísima y muy inteligente cachetada, no fui al teatro, sino que el teatro de Rafael Spregelburd con un excelente elenco, vino a mí y se metió en mi cabeza y me revolvió un poco el cerebro e hizo un batido de mis percepciones y se hizo la burla de mi linealidad y mis sentidos.


Hay nuevas formas de contar, hay nuevas formas de encarar este lenguaje milenario. Leí, en un libro de Dubatti, que el autor de esta obra dijo “¿Quién dice que uno debe ir al teatro a disfrutar?” Y tal vez soy un masoquista, pero disfruté mucho de la cachetada que me dio “Lúcido”.


Algo pasó y no sé si logré expresarlo bien. Pero me gustó.



¡LA PATRICIA!

Ay, La patrie!

Colaboración: K.Ese.Escoria




Previo a pasar a la obra, me gustaría hablar un segundo del espacio, noté un pequeño inconveniente que tal vez, los que lo administran, no repararon en él: UN ventilador NO es suficiente para 100 personas, sencillamente NO LO ES.


Aclarado este problema con el clima, voy a la obra en cuestión:


Es un sótano ófrico, me viene al cuerpo la sensación de sótano de boliche underground, con un encargado vestido de época, llevando una peluca (posiblemente hurtada al cadáver de la tía que mató y diseccionó una semana atrás), y que se reserva el derecho de admisión, mientras el DJ coloca (con una sobre dosis) la marsellesa.



Pasada la impresión inicial, contemplo la trastienda de la historia, una trastienda donde me intentaron vender algunos discursos, alguna que otra propaganda política y los 3 actores utilizaron toda su energía para hacerlo, pero yo no compro. No digo que el producto no sea bueno, miren que no lleva fecha de caducidad, tampoco causa efectos secundarios (tal vez la necesidad de ahorcar a alguien) y tiene claras ideas políticas que resuenan en mi cabeza como la guillotina de aquella revolución emblemática y de aquellas revoluciones emblemáticas, todavía hoy y siempre.


Pero no compro porque:


El producto viene con un foco de bajo consumo que lo ilumina como si esta trastienda fuese un bar de mala muerte.


El producto tiene un personaje que se auto proclama el Marqués de Sade, pero si se hubiese auto proclamado Chespirito, no hubiese cambiado en nada la obra. Es decir, que sea o no sea el caballero Marqués, no afecta en nada al drama.


El producto (como si habláramos de una berenjena, metafóricamente hablando, claro) le falta madurar. Aunque parece que va en buen camino.


Lo compraría por las actrices, que me convencieron en la mayoría de las cosas que hicieron en la escena. Pero volviendo al tema de los vegetales (ya que estamos con el pueblo, el pueblo debe expresarse) no compraría una banana solo por un par de brotes de madurez, ¡yo me la quiero comer ahora!



LUCIDO, LUCIDEZ, LUCIBEL, LUCIFER, LUCY LU, LALO, WHATEVER


LÚCIDO

Colaboración: K.Ese. Escoria


Caminaba por la calle Corrientes y me topé con un amigo, le comenté “iré a ver una de Spregelburd” e inmediatamente se arrodilló y comenzó a rezar unos salmos en lenguas que no pude comprender, se auto flagelaba con una cuerda de saltar y gritaba entre sollozos “!Cristo sigue vivo y hace teatro ahora!”, mientras me alejaba lentamente de mi ex amigo, me acerqué a un tipo (random choise) para saber si el efecto era el mismo en todos. Le dije “iré a ver una de Spregelburd” y este me respondió con una patada en la canilla y una serie de improperios que iban desde “ignorante! ¡Alcahuete! Hasta: ¿Ir a ver esa basura? ¿A tu edad?”. Sorprendido ante las diversas reacciones, ahora si decidí ir a ver una de Spregelburd.


La obra no me dio la respuesta que en realidad buscaba (saber si el arroz cocido sabe mejor cuando lo dejas en el lavarropas), pero si una extraña lucidez se apoderó de mí.


Caminaba por la calle Corrientes y me topé con un amigo, entonces me di cuenta que en realidad era un maldito sueño (nadie se topa con nadie en Buenos Aires), le comenté “iré a ver una de Spregelburd” y se puso a llorar como Magdalena gritando incoherencias y maldiciendo a su madre, “Spregelburd es un apellido muy difícil de pronunciar! ¡Mi lingüistica no alcanza!” decía, mientras yo me daba cuenta que podía controlar esta crítica. Esta sí, esta sí está en mi poder.


Desperté bañado en sangre, con un extraño sabor amargo en la lengua y la sensación de que extrañaría a mi madre por largo tiempo (o ella a mí, dado el caso). Me sorprendí al ver a los actores y actrices interpretar tan naturalmente sus papeles, como si las recurrencias les permitieran crecer en lugar de achicopalarse (palabra netamente rebuscada).


Caminaba por la calle corriendo y me amigué con un topo. Entonces quise seguir el buen ejemplo de un personaje que yo había visto alguna vez en una obra y le dije “Iré a volar a una obra de Spregelburd” y mi nuevo amigo me acompañó porque pensó que por “volar” me refería al uso de ciertas sustancias no permitidas. Entré a la obra (efectivamente bajo la influencia de estas sustancias) y me di cuenta que esta crítica si la podía controlar, era la crítica lúcida, donde no eres más el esclavo de tus idioteces.


Lastimosamente la obra no me dio la respuesta que necesitaba (saber si es mejor donarle un órgano o un violín a mi hermano moribundo), pero si encontré una coherencia entre los elementos.


Caminaba por la calle y me encontré con un amigo… un momento… ¿Qué ha hecho esta obra conmigo? ¿Estoy despierto? ¿Es está por fin la crítica lúcida? ¿ES POR FIN LO QUE TANTO HE ESTADO ESPERANDO? ¿ES AHORA QUE PUEDO VOLAR?



Sobre Ay, La Patrie


Ay, la patrie! Trastienda de la historia.

Colaboración: Kevin Quitapenas


Entrando a la obra, me gustó mucho la imagen inicial, un himno, un hombre vestido de época entonándolo, una luz cruda y una horca. El programa de mano me prometía la revolución francesa y lo primero que veo: La revolución francesa.


En el juego escénico, los actores equilibraban en imágenes y juegos escénicos, las situaciones que Cristina Escofet propone para la recreación de la historia, en sus facetas más crueles y desgarradoras. Un equilibrio entre Pyr Zenergam que es un actor histriónico con una gran capacidad gestual y tal vez no muchos recursos en el manejo de su voz, con Florencia Kermen que tiene una presencia escénica de bailarina, movimientos muy estudiados, un dominio de su cuerpo que a veces se veía traicionado por los nervios, pero justamente estos nervios le aportaban un nuevo matiz en el plano delo netamente sensorial, y por último Mercedes Fraile, a quien le brota la expresión y la energía desde su centro, con una capacidad gestual impecable y una voz poderosa. Y entre los tres encuentran vetos de complemento, se ayudan, se salvan cuando uno está flaqueando, se entienden, quizás podemos decir: tienen química.


Eso fue lo que más me gustó de la propuesta. Los juegos escénicos me parecieron muy interesantes, imágenes bien logradas, capacidad de transformar los mismos objetos para diferentes épocas. La luz me pareció un poco dura, un ambiente ófrico que terminaba por cansar. Si era la propuesta estética, no me terminó de convencer, por otro lado, si era una luz netamente funcional que no busca sino iluminar el espacio y no aportar al drama, podrían reconsiderar los colores.


La energía de las actrices y el actor, junto al texto con una tendencia reaccionaria, están presentes para sugerirnos que no se debe olvidar, que tenemos que seguir recordando, que nuestro pedazo de futuro que es hoy el presente, no es sino el producto de nuestra violencia, nuestras marginaciones, nuestros destrozos y nuestros fracasos como hombres y como mujeres. Por eso no está bien olvidar, por eso nacen todavía propuestas y siempre nacerán propuestas como La Patrie.


“Ay, la patrie!” de Cristina Escofet, se la disfruta, los sábados a las 21:00 en Manzana de las luces, Perú 272/294.